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La suerte se contagia (la buena y la mala)

ImageMuchas veces habrás oído decir cosas así como: «a quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija», «dime con quién andas y te diré quién eres», «de tal palo, tal astilla»… Todas ellas son frases del refranero español cargas de sabiduría popular. Veamos en que consiste de manera algo más racional eso del contagio de la suerte.

Primero podríamos definir suerte (buena o mala) a un suceso fortuito que, aparentemente, escapa a nuestro control, tal sería el caso de jugar a la lotería o apostar a los dados, por ejemplo. Pero, en realidad, las personas influimos sobremanera en nuestra suerte, mucho más de lo que imaginamos. En realidad cada persona es como una gran empresa de servicios que funciona para sí misma y toda la actividad que desarrollamos provoca unos resultados determinados. Las personas también somos unas potentes máquinas de aprender. Aprendemos constantemente y más de lo que nos figuramos. Lo hacemos de forma consciente e inconsciente, siendo ésta última manera de aprendizaje la que predomina entre todas. De hecho el aprendizaje inconsciente es el más efectivo y temprano que se produce en el ser humano: aprendemos a hablar, caminar, comer y muchos otros hábitos vitales más a través de la imitación. Es decir, las personas tendemos a replicar aquello que observamos gracias a una habilidad innata que todos poseemos.

El hecho de que la estructura mental y fisiológica de los seres humanos sea prácticamente idéntica es lo que permite que el proceso de imitación se manifieste como un sistema tan tremendamente efectivo y eficaz.

Pues bien, cada pensamiento imitado, conduce a una acción imitada, y cada acción que observamos tiene una alta probabilidad de ser reproducida, sobre todo si la apreciamos de forma repetitiva y constante en las personas que nos rodean. ¿…que nos rodean? Sí, con las que mas nos relacionamos, y las que más observamos.

Pero esto continua un poco más: cada vez que pensamos de una forma determinada o llevamos a cabo una acción concreta ante un estímulo, más incrementamos nuestra probabilidad de volver a tener ese pensamiento o reaccionar de esa misma forma. El motivo de ello es fisiológico, naturalmente. Cada nueva acción genera nuevas conexiones neuronales en nuestro cerebro, nuevos caminos. Una analogía de lo que ocurre en nuestro cerebro sería la construcción y el asfaltado de un camino, cada vez que pasamos por él lo vamos allanando más y más, haciéndolo más transitable, más cómodo y asfaltado, finalmente. Podríamos afirmar que el aprendizaje, a nivel neuronal, consiste en la creación y consolidación de conexiones neurológicas que nos permiten realizar determinadas tareas cognitivas y conductuales. Al principio será difícil, pero al final lo haremos sin darnos cuenta, es decir, formará parte de nuestra manera de ser. Es como aprender un idioma, a conducir, lavarnos las manos, los dientes, etc. Una vez aprendido un comportamiento, lo difícil es desaprenderlo.

En definitiva, y aunque hay mucho más que hablar de esto, podría resumir lo que digo en que, efectivamente, el estar junto a personas con mala suerte puede provocarnos también mala suerte a nosotros, ya que existe una parte inconsciente de nuestro cerebro que tiende a imitar y aprender los pensamientos y acciones de esas personas, y como había comentado en un post anterior, el gafe y la suerte, no es tan sólo una cuestión de azar, sino que responde a unas pautas de percepción y acción concretas.

Sin querer, imitamos lo que vemos, y cuanto más lo vemos (cuanto más nos relacionamos con esos comportamientos y pensamientos) más probabilidad hay de que nuestra conducta se parezca más a ellos, y por consiguiente, nuestra percepción también cambie y, por ello, los resultados de nuestra vida.

No es magia, espiritualidad, cuestiones kármicas, ni nada de eso, con todo mi respeto hacia quien pueda justificarlo así y así lo crea, no os enredeis demasiado porque es mucho más simple de lo que parece. Es fisiología y psicología. Nada más.

Más adelante continuaré hablando de esto en siguientes posts.

Buena suerte a todos!!


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Gafe y suerte

el_exito

Hace unos días estuve hablando con un buen amigo psicólogo forense acerca del éxito y el bienestar. Discutimos acerca de las causas de que determinadas personas tengan una predisposición natural al éxito y otras no, incluso que algunas puedan llegar al fracaso continuo. Y al final llegamos a la conclusión de que la forma de percibir la realidad tiene mucho que ver en esto. Concretamente acabamos hablando de la percepción selectiva que hace nuestro cerebro de determinadas situaciones y circunstancias que, continuamente ocurren a nuestro alrededor y que inundan cada momento de nuestra vida.

El éxito tiene mucho que ver con el estado de ánimo de la persona, de hecho el éxito podría ser calificado como una actitud más que como una consecuencia. en este sentido, la personalidad se convierte en el factor determinante para lograr nuestros objetivos, puesto que nuestra competencia emocional influye tan determinantemente en nuestro comportamiento, que los resultados que obtendremos acabarán siendo efectos de nuestra forma de ser y actuar.

Cuando decimos que una persona positiva atrae hacia si todo lo positivo y, a la inversa, toda persona negativa atrae hacia si todo lo negativo, estamos haciendo referencia a unos patrones de percepción habitual del individuo en cuestión. A menudo ocurre que cuando comenzamos a trabajar en una empresa, comenzamos a ver vehículos y publicidad de esa empresa más que nunca, incluso puede que antes no llegáramos nunca a verla, o mejor dicho, no hubiéramos reparado nunca en su existencia. Esta cuestión no ocurre por haber sido contratados por la empresa, es decir, la empresa no ha hecho una inversión en vehículos y publicidad por las expectativas de tu contrato. Todo ello existía, pero en tu mente no había una predisposición a seleccionar esa información de tu paisaje de alrededor e identificarla. Eso es la percepción selectiva.

Las personas depresivas tienden a ver la realidad teñida con los mismos matices. Las personas activas y optimistas tienden a ver oportunidades y retos fácilmente superables. Como decía Winston Churchill «Un optimista es aquel que ve una oportunidad en toda calamidad, mientras que un pesimista es aquel que sólo ve una calamidad en cada oportunidad».

La pregunta en cuestión es: si la realidad es la misma, ¿es posible entrenar la percepción hasta lograr cambiar el hábito de ver las cosas de una manera equivocada o frustrante? La respuesta es si.

Nuestras vidas se ven influidas por nuestra particular forma de ver las cosas, de percibir y de valorar la realidad que nos rodea, pero también por la imagen que tenemos de nosotros mismos y la percepción que tenemos sobre nuestras propias capacidades. Cada persona tiene un «mapa de la realidad diferente». Para analizar este aspecto podríamos pensar en las diferentes formas que tenemos de percibir la realidad en diferentes etapas de nuestra vida. ¿Verdad que no vemos las cosas de la misma forma con 20, 30, 40 o 50 años?

También hemos de ser conscientes de nuestros propios intereses y motivaciones hacen que nuestra atención se centre en determinados aspectos de la realidad que nos rodea y, por otra parte, nos lleve a ignorar otros elementos.

Cuando una persona está absolutamente convencida de que puede llegar a lograr algo, por difícil que sea, es capaz de «rescatar» más recursos internos y utilizar más eficientemente su potencial. Este hecho ocurre, además, de forma inconsciente.

Hay una frase que me gusta mucho de Henry Ford, cuando decía: «tanto si crees que puedes conseguir una cosa como si crees que no puedes, estás en lo cierto»


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El poder de las preguntas

MONOObserva cómo la manera en la que hablamos de las cosas influye poderosamente en el resultado final de cuanto hacemos. El modo de llamarlas, el tipo de pensamiento que elaboramos y, por fin, las preguntas que nos hacemos.
Estas últimas son especialmente importantes ya que las personas tenemos la necesidad innata de completar cualquier información que recibimos como incompleta y cada vez que realizamos una pregunta, nuestro cerebro tiende a buscar una respuesta. Las respuestas que nos damos a nosotros mismos preceden casi siempre a una acción determinada y por ello la importancia de saber hacernos buenas preguntas.

Si pensamos que la persona con la que más hablamos a lo largo de nuestra vida somos nosotros mismos, y que el pensamiento, frecuentemente, no es mas que el hecho de hacernos preguntas y darnos respuestas a nosotros mismos, nos daremos cuenta de la importancia que las preguntas que nos hacemos tienen en la formación de nuestros estados emocionales y finalmente de buena parte de nuestro estado de salud.

Podemos cambiar lo que sentimos acerca de algo con sólo cambiar la pregunta que nos hacemos a ese respecto.

Si somos capaces de hacernos las preguntas correctas, seguro que nuestra atención se centrará en hallar las respuestas correctas.

Los líderes del mañana creo que no serán los que den respuesta a todo lo que sucede, sino los que sean capaces de hacerse mejores preguntas.